(Como prometí, aquí está la continuación del
post anterior . Lo dedico a las y los estudiantes y sus profesores del curso de Historia de Puerto Rico de la Universidad del Turabo que he tenido la suerte de conocer en este semestre sirviendo de recurso para esa clase en algunos temas.)
En el escrito
anterior vimos como el General Nelson Miles le hace caso al espía Whitney y
logra que la invasión se haga por Guánica y no por Fajardo. Luego de izar la primera bandera
estadounidense en Puerto Rico, le envía un mensaje al Secretario de la Guerra en
el que le dice que se tomó el puerto “felizmente”, encontraron “débil
resistencia” y no hubo bajas. Al menos menciona que hubo resistencia que según
Angel Rivero en su Crónica consistió de “once guerrilleros de caballería” al
mando del Teniente Méndez quienes dispararon a los soldados estadounidenses
cuando arriaron la bandera española pero luego corrieron fuera del pueblo
cuando les cañonearon desde el Gloucester y los marinos desembarcados les
dispararon con rifles. Fue la primera sorpresa para esos pobres soldados
españoles que empezaron a ver la diferencia entre ellos y los invasores.
Para conocer en
detalle lo ocurrido antes, durante y después de la invasión por Guánica el 25
de julio de 1898, nuestra mejor fuente es la Crónica de Angel Rivero, el
capitán boricua que fue asignado al Fuerte San Cristóbal seguramente cuando ya
las autoridades conocían lo de la explosión del Maine en La Habana y esperaban
la guerra en cualquier momento. Lo más
valioso del libro, por ser la verdadera crónica, es el Diario que por suerte no descartó sino que publicó como Apéndice
del libro. Son anotaciones cortas de lo
que ocurría a su alrededor y de todo lo que se entera a partir de marzo de
1898. Por tanto son valiosísimas para
permitir ubicarnos en ese momento tan dramático y entender el cambio de
actitud en la población que fue del patriotismo exaltado y vociferante al
“embriscamiento” (palabra que significaba huída) o a la observación
silenciosa.
Así vemos que
según empiezan a circular rumores de posible guerra, impresiona la lealtad a
España y el entusiasmo general. Se
forman variados grupos de voluntarios que abarcan todas las clases sociales y
todos los pueblos desde las guerrillas hasta los macheteros (obreros y
campesinos) pasando por el batallón de “Tiradores de Puerto Rico” donde
jovencitos de clase alta se alistaban. El
Gobierno mantiene ese entusiasmo publicando noticias falsas en el periódico oficial, La Gaceta. Algunas son hasta risibles, como la de que la escuadra
española había derrotado a “los yankis” en Filipinas cuando había sido todo lo
contrario.
A la misma vez
que se entera el pueblo a principios de mayo de la verdad, aparece al norte de San Juan
un buque de vapor de tres chimeneas sin llevar bandera. Los sanjuaneros lo
veían cada día y lo bautizaron como el “buque fantasma”. Rivera le dispara un
cañonazo para que muestre su bandera y al amanecer del 12 de mayo comienza el bombardeo a la ciudad capital que dura tres horas. Luego de eso comienza el éxodo
de los sanjuaneros, los llamados “embriscados” que se van en lo que encuentren
o a pie para Río Piedras y en botes de vela para Cataño. Pero al ver el pueblo retirarse al enemigo
sin intentar tomar la ciudad, se da por sentado que han derrotado a los yankis y hay
una euforia enorme en la población (que vuelve a la ciudad) y la prensa –aun la
antiespañola- publica artículos patrióticos y hasta una décima titulada Doce de mayo (la ven en la p. 546 de la Crónica). El ánimo se torna eufórico al ver llegar al
torpedero Terror, que se espera que elimine los buques que quedan bloqueando el
puerto de San Juan. Pero el 22 de junio
Rivero anota en su Diario que ha tenido lugar un combate entre uno de los
cruceros americanos, el St. Paul y el Terror frente a una multitud de curiosos
en las murallas. Dice que “ha causado
mucho malestar y todas las esperanzas depositadas en el Terror se han
desvanecido”. Lo mismo ocurre con el Antonio López que es atacado y se incendia
también ante los ojos horrorizados de los habitantes de la capital y sus
mandatarios. En esas batallas
un mes antes de la invasión por Guánica, las embarcaciones españolas en las que
cifraban sus esperanzas fueron destruidas a la vista de los sanjuaneros.
Vean los combates navales en estos enlaces.
Rivero es bien
crítico de la forma en que actuaron los mandatarios españoles durante todo el
conflicto, empezando por el Capitán General Manuel Macías y en especial el jefe de Estado Mayor que era el coronel Camó. Al único que destaca y admira es al general Ricardo Ortega. Pero a Ortega le tenían "casi recluído en San Cristóbal y tratado como un loco peligroso, porque había dado en la manía de soñar con días de gloria para su Patria y para su Ejército". Dice que una vez se enteran en San Juan de que los yankis han
invadido por Guánica, Ortega va a Fortaleza con un plan de ataque a las tropas
invasoras pero el coronel Camó se lo rechaza.
Lo que describe Rivero que pasó a partir de ese momento da pena y coraje.
Por no admitir que ya se estaba negociando un protocolo de paz (seguramente por
mandato de la Corona) arriesgaron vidas y reputaciones. Lo que sorprende es que hubiera oficiales y
soldados que estuvieran dispuestos a luchar como lo hicieron y Rivero se ocupa
de describir en detalle sus valientes ejecutorias.
Una de las
víctimas de las decisiones incomprensibles y desacertadas de Macías fue el jefe
del batallón Patria que quería enfrentarse a los invasores a las afueras de
Guánica.
El coronel
Francisco Puig pidió órdenes de atacar y lo que recibió por respuesta fue un
telegrama con órdenes de retirarse por Adjuntas hacia Arecibo. A regañadientes Puig obedeció y procedió a la retirada
atravesando montes bajo lluvia, teniendo que dejar la mayor parte de la carga
que llevaban y llegando exhaustos. Para su sorpresa, le esperaba un telegrama del coronel Camó exigiéndole que se presentara para explicar "su marcha desastrosa". Puig se
da cuenta de que lo van a procesar y se vistió de uniforme, agarró su sable y se fue va a una
playa de Arecibo y frente al mar se pegó un tiro.
Lo que ocurrió en Ponce
En la llamada capital criolla del sur de la Isla, Macías
por poco provoca que la bombardeen. Cuando se le dio aviso de que había
tres buques con los cañones apuntados hacia el poblado de Ponce, Macías contesta (desde la comodidad de su despacho en Fortaleza) que
deben resistir. Los que asumen control son los cónsules en Ponce,
particularmente el vicecónsul de Inglaterra, Fernando M. Toro, quien luego de
varias entrevistas con los invasores consigue que les den una prórroga para
negociar la rendición. Toro acuerda con los otros cónsules que deben insistirle
a Macías que la resistencia es inútil. Entretanto el coronel a cargo, Leopoldo San Martín, le comunica a Macías que solamente tiene 3 compañías de Patria y algunos
voluntarios y guerrilleros a lo cual le contesta el gobernador “Cumpla usted
con su deber”. Y a los cónsules les
contesta que “no tengo autorización para parlamentar con los americanos.
Lamento, como amante de Puerto Rico, los destrozos que el enemigo puede hacer
en una guerra que nosotros no hemos buscado. Ponce y todo el territorio será
defendido por cuantos medios tenga a mi alcance”. Palabras ofensivas por lo falsas que tienen
que haber sido para complacer a los del Gobierno en Madrid. Pero en Ponce la
reacción del pueblo al enterarse fue querer atacar a las tropas españolas para
impedir el bombardeo. Finalmente Macías
le escribe a San Martín que “si usted cree que toda defensa es imposible,
evacue la plaza en mejor orden”. El
cónsul Toro entonces negocia la capitulación con el general Davis en su buque
pero al regresar al poblado se entera de que Macías ha anulado lo anterior,
destituído a San Martín (a quien toman prisionero al llegar a Aibonito) y nombrado
a un tal Julián Alonso con órdenes de “resistir a todo trance”. Los cónsules
obtienen nueva prórroga de Davis y envían un telegrama caliente a Macías. El Gobernador entonces contesta echando la
culpa al pobre San Martín y aceptando la evacuación de la plaza. Finalmente el 28
de julio desembarcaron las tropas estadounidenses en Ponce y se izó la bandera en
la capitanía y más tarde en la Casa Ayuntamiento. El General Miles reunió esa tarde en el
Hotel Francés a las autoridades, emitió la famosa Proclama y regresó a su barco.
Coamo y Asomante
Un grupo de
oficiales españoles se negó a rendirse en Ponce y siguieron hasta Aibonito permaneciendo
en las trincheras del Asomante donde participaron del combate que allí tuvo lugar el
12 de agosto. Otro grupo siguió hasta Coamo en donde hubo un combate en el que murieron el coronel Illescas y el capitán Frutos López. De allí un grupo de oficiales y soldados huyó sin aceptar rendirse y también se refugió en el Asomante.
Rivero en su
Crónica revela que Asomante en Aibonito fue escogido como lugar para cerrar el
paso a los invasores donde no pudieran ser ayudados por su fuerza naval. Sin embargo dice que “muy poco se hizo para
aumentar su valor defensivo” (p. 254).
Con todo y eso, luego de una batalla los invasores se tuvieron que
retirar y los defensores quedaron a la espera hasta que les vinieron con informes de que se
había firmado un armisticio, les pedían que dejaran las armas y se rindieran.
Los combatientes del Asomante, bajo el mando del Capitán Ricardo Hernáiz, se negaron a rendirse porque Macías lo había ordenado así. Pero ya la guerra había terminado y las tropas estadounidenses recibieron
estrictas órdenes de parte de Miles de retirarse.
De ahí en
adelante se llevó a cabo la ocupación por las fuerzas militares de Estados Unidos de cada uno de los 48 pueblos que quedaban bajo la bandera española. (Rivero publica la lista completa con la fecha de posesión en la p. 689.) Finalmente
el 18 de octubre de 1898 en el Palacio de Santa Catalina (La Fortaleza) en San Juan se realizó la entrega oficial de la ciudad capital y la Isla al izarse la bandera estadounidense y tocarse el himno de los Estados Unidos. Rivero aclara que la bandera española nunca fue arriada oficialmente porque ya se habían ocupado días antes de colocarlas en un cofre especial y enviarlas a España. Irónicamente en ese momento histórico en que se hacía oficial el traspaso de la isla de Puerto Rico y sus habitantes al nuevo dueño, en la ceremonia estuvieron Luis Muñoz Rivera y los otros miembros del legítimo Gobierno Autonómico de Puerto Rico como observadores de algo en lo que no tuvieron nada que decir y no pudieron evitar. Irónicamente también el que representó al Gobierno de España en el traspaso de propiedades militares (a petición del general Ricardo Ortega) fue un boricua: el Capitán Ángel Rivero Méndez.