El pasado domingo tuve el privilegio y la alegría de asistir
al concierto navideño de la Escuela Libre de Música de San Juan titulado
"Aires de mi tierra..". Lo
hice principalmente para ver al nieto de un primo hermano que es uno de los cuatro flautas de la orquesta sinfónica de dicha escuela, el joven Henrique Rodríguez Méndez. No esperaba sentir una emoción tan
grande. Nunca antes, en ninguno de los
conciertos a los que asistí en el Centro de Bellas Artes, sentí un orgullo tan
grande como el de ayer tarde.
Como paréntesis
debo confesar que dejé de ir al CBA desde que comprobé que muchos y muchas van
para lucir vestidos y prendas, para que los vean y no porque conozcan o
aprecien particularmente la música clásica, cosa que se comprueba cada vez que
aplauden luego de cada movimiento de una sinfonía. En contraste, en ese teatro repleto de
familias de bajos ingresos, cuando la
orquesta de esos jovencitos y jovencitas tocó la pieza compuesta por José
Mariano Morales, luego del primer movimiento hubo un silencio total, de respeto
a la música, como debe ser.
No pude menos
que comparar dos juventudes en Puerto Rico:
la que vi por la mañana en las páginas de suplementos de El Nuevo Día
dominical con su ropa de diseñador, con sus fotos en quinceañeros- cuyo costo
pagaría los arreglos que necesita el edificio de la Escuela Libre de Música-, con sus gustos frívolos o extravagantes. Y la que
vi esa tarde mágica en el Auditorio Guillermo Figueroa Sanabia, unos tocando en
la orquesta y otros en la sala escuchando la música con total atención y respeto.
Esa es la juventud que me enorgullece y a la que respaldo.