Esta mañana mientras desayunaba me enteré de la muerte del maravilloso tenor Luciano Pavarotti. Mi esposo comentó que era una pena que se fuera tan pronto. Yo le contesté que me parecía que se había ido muy a tiempo.
Pero más tarde, iba en el carro a hacer unas diligencias y puse como siempre WIPR y estaban transmitiendo La Traviata, obviamente en homenaje al fallecido cantante. Cuando escuché su voz tan inconfundible me arresmillé y eché a llorar como si se tratase de un familiar. Así es la muerte. Uno se alegra por el que se va pero llora por uno.
El poeta no tuvo razón en aquello de qué solos se quedan los muertos. Somos nosotros los que nos quedamos solos. En este caso no habrá otra voz como esa para acompañarnos en buen tiempo. Pero allá arriba debe estar ya haciendo duos con Caruso. Espero le dejen llevar su eterno pañuelo blanco.
EL CONSENTIMIENTO DE LOS GOBERNADOS
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EL CONSENTIMIENTO DE LOS GOBERNADOS
(Fragmento del artículo de 1916 *(Boberías (8)* )
¡Y yo, necio de mí, que creía qu...
Hace 1 día
1 comentario:
Lindo, lindo el post. :)
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