No es porque haya que cumplir con el mandato del antiguo proverbio (¿hindú, chino o árabe?) que dice que todo ser humano debe hacer tres cosas antes de morir: tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol. Ese mandato se ha ido para buen lugar porque ya nadie le hace caso. Y es mejor que sea así porque eso de que todo el mundo se sienta que tiene que parir en un mundo sobre poblado está del mero. Aparte de que cada mujer tiene el derecho de decidir si quiere ser madre o no. En cuanto a escribir un libro ya bastante hay escritos por gente que a lo mejor se sentían obligados por ese decreto--y no porque tuvieran algo que decir y supieran decirlo bien--y para lo único que sirven es para acabar con los árboles que se supone se siembren como tercer mandato. Sin embargo, el único mandato que debe ser obligatorio es precisamente sembrar un árbol.
Así lo ha estado predicando por años la ambientalista africana y Nóbel de la Paz de 2004 Wangari Maathai, quien dice que la receta para la supervivencia es que cada persona siembre 10 árboles. Su Movimiento de Cinturones Verdes ha sembrado más de 30 millones de árboles en África.
En Puerto Rico hacemos al revés: en lugar de sembrarlos los destruimos porque hay un odio generalizado a los árboles. Yo pensaba que era cosa de la generación de mi padre, la de los que salieron de la extrema pobreza en la década del 50 y luego asociaron el cemento con el progreso. La pelea más terrible que tuve con mi padre fue cuando a mi regreso de mi primer año de colegio en Estados Unidos me encontré cercenado un hermoso árbol que yo adoraba en el patio de nuestra casa. Pero para él, como los de su generación, la vegetación era asociada a la época de la niñez empobrecida en el campo. Por eso esa clase media que surgió en la época del “progreso que se vive” acabó con los árboles en las urbanizaciones que surgieron. Pasen por cualquiera, incluyendo a University Gardens (donde se supone que viva gente educada), y verán las calles sin árboles o con palmitas esmirriadas que no dan sombra.
Lo triste es que las nuevas generaciones han seguido con el mismo patrón y las razones de hoy día son peores que las de la generación de mi padre. Ahora se odian porque echan hojas que se consideran basura mientras la verdadera basura es invisible. Es pura vagancia. Pero también es ignorancia y sabemos que ésta es peligrosa.
En cuanto a mí, ya he cumplido con la meta, pero no es por sentirme obligada. Es porque para mí son lo más bello de la naturaleza y me siento feliz rodeada de ellos. Muchas veces he salido de situaciones de tristeza, dolor o depresión buscando una arboleda y refugiándome debajo de su verdor y sombra.
En el condominio donde vivo organicé hace nueve años una siembra de árboles nativos. Busqué la ayuda del Fideicomiso de Conservación para proveerme los árboles y la orientación de cómo sembrarlos adecuadamente. Una vez los conseguí con ayuda de unas vecinas, organizamos la siembra incorporando a los niños. Tuve la suerte de que mi yerno me ayudó en la siembra. Les repartimos a los que participaron unos certificados de adopción de cada árbol sembrado para que se interesaran por su crecimiento y los cuidaran. Mi objetivo era que vieran lo mucho que tarda un árbol en crecer por lo cual entenderían el absurdo de tumbar un árbol robusto para sembrar arbustos, como tantas veces hace el propio gobierno. A partir de entonces los nenes del condominio me decían “la señora de los árboles” y cuando alguno se veía amenazado, en donde fuera, me llamaban para que interviniera. Triste fue el día que esos nenes se enteraron de la destrucción del bosquecito al lado nuestro y por su cuenta prepararon carteles para incorporarse a nuestra protesta. No pudimos hacer nada y por poco nos meten presos por haber permitido que los nenes entraran al bosquecito.
Pero al menos quedan los ocho arbolitos, de quince que me ayudaron a sembrar y están preciosos. A los nueve años todavía se ven pequeños pero van a ser enormes. Incluyo fotos que tomé de tres de ellos.
Tengo fe en que esa generación de los niños que sembraron los árboles va a ser muy distinta que las anteriores. Pero se nos está haciendo tarde en nuestra isla. Hay que actuar y es ya. ¡A sembrar árboles cada uno!
Riqueza y Pobreza II
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Tercero de una serie de nueve artículos sobre el tema.
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Hace 1 semana
4 comentarios:
Si se fija, el decreto es siempre en el mismo orden, y le voy a explicar por qué:
Primero, se tiene el hijo, porque la edad productiva de la mujer está limitada, y hay que hacerlo primero por si escribir el libro te toma toda la vida o te meten preso por defender al árbol que sembraste. (Nótese que este decreto promueve la monogamia.)
Segundo, escribimos el libro, porque antes de tener hijos somos muy jóvenes y no hemos vivido muchos años, por lo tanto, no tenemos nada qué decir. (Calco las palabras de Arturo Pérez Reverte, quien dijo en su primera visita en Puerto Rico que un veinteañero no es, por default, un buen escritor porque no tiene nada qué decir.)
Al final, sembramos el árbol para compensar los que destruimos por haber escrito el libro.
No se puede quebrantar este orden. Si no, te cae la desgracia china, o algo así.
Isabel, creo que tú vas a terminar escribiendo un libro, sin remedio..Por eso debes sembrar el árbol cuanto antes.
Jaja, eso espero, poder escribir un libro.
Ya yo sembré mi árbol... varios. Si los talan, ¿cuenta, o hay que sembrar otro?
Ja ja, no se me había ocurrido pero supongo que la maldición nos cae si no sembramos nuevos.. Es más, deberíamos sembrar dos por cada uno de los que nos talen, pa'chavar..
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