He estado releyendo ensayos sobre la Historia preparándome
para un conversatorio sobre la misma entre profesores y profesoras de la
Universidad del Turabo con el respetado historiador puertorriqueño Gervasio
Luis García. Entre los temas planteados-
aparte del combate entre la historia y la literatura de los que postulan que la
historia es una forma de hacer ficción- se encuentra el de la Historia como explicación
del presente. Esto último lo veo más
importante sobre todo en estos momentos en que el debate y protesta sobre lo
ocurrido en Francia se centra en defender la libertad de prensa y atacar el
Islam. No se buscan explicaciones. Y nadie se pregunta a quién le conviene lo
sucedido.
El único lugar donde he encontrado explicaciones y análisis
que no son las de los medios tradicionales es en
Rebelión. Varios escritores han ido a las causas
remotas del ataque a Charlie Hebdo y en la edición de hoy se presenta el ángulo histórico en un artículo de
Robert Fisk titulado
"Argelia agrega contexto al ataque contra"Charlie Hebdo" refiriéndose a la guerra de 1954-62, una herida
abierta en ambos países.
Dice Fisk, con toda razón, que: " Tal vez todos
los reportes de periódico y televisión deberían llevar un ángulo histórico, un
pequeño recordatorio de que nada –nada
en absoluto– ocurre sin un pasado. Las masacres, los baños de sangre, la
furia, el dolor, las cacerías policiacas (que se extienden o se estrechan al
gusto de los editores) se llevan los titulares. Siempre el quién y el cómo,
pero rara vez el por qué."
Luego de recordarnos que los dos hombres eran argelinos,
Fisk da el ángulo histórico completo que procedo a copiar completo porque vale
la pena como fuente de información histórica resumida para los lectores que no
van a encontrar en ningún medio de comunicación. No para justificar lo sucedido sino para
comprenderlo.
Dice Fisk: "Pero
existe un contexto importante que de algún modo fue dejado fuera de la nota
esta semana, el ángulo histórico que muchos
franceses, al igual que muchos argelinos, prefieren pasar por alto: la
sangrienta lucha de un pueblo entero por la libertad contra un brutal régimen
imperial en 1954-62, una guerra prolongada que sigue siendo el pleito
fundamental entre árabes y franceses hasta nuestros días.
La crisis permanente y desesperada en las
relaciones franco-argelinas, a semejanza de la negativa de una pareja
divorciada a aceptar un relato de su pena acordado por ambas partes, envenena
la cohabitación de estos dos pueblos en Francia. Al margen de la forma en que Chérif
y Said Kouachi buscaran excusar su acto, nacieron en un tiempo en que Argelia
había sufrido una mutilación invisible tras 132 años de ocupación. Tal vez 5
millones de los 6.5 millones de musulmanes de Francia son argelinos. La mayoría
son pobres; muchos se consideran ciudadanos de segunda clase en la tierra de la
igualdad.
Como todas las tragedias, la de Argelia elude la
explicación de un solo párrafo de los despachos de las agencias de noticias,
incluso las notas más cortas escritas por ambos bandos luego que los franceses
abandonaron Argelia, en 1962.
Porque, a diferencia de otras importantes
dependencias o colonias francesas, Argelia se consideraba parte integrante de
la Francia metropolitana, que enviaba representantes al parlamento en París e
incluso proporcionó a Charles de Gaulle y los aliados una capital francesa
desde la cual invadir el norte de África y Sicilia, ocupados por los nazis. Más
de 100 años antes, Francia había invadido Argelia, subyugando a su población
musulmana nativa, construyendo ciudades y chateaux en la campiña e incluso –en
un renacimiento católico de principios del siglo XIX, destinado supuestamente a
recristianizar el norte de África– convirtiendo mezquitas en iglesias.
La respuesta argelina a lo que hoy parece un
monstruoso anacronismo histórico varió en el curso de las décadas entre la
lasitud, la colaboración y la insurrección. Una manifestación por la
independencia en la población nacionalista y de mayoría musulmana de Sétif, el
Día de la Victoria –cuando los aliados habían liberado las naciones europeas
cautivas–, desembocó en la muerte de 103 civiles europeos.
La venganza del gobierno francés fue despiadada:
hasta 700 civiles musulmanes –tal vez muchos más– fueron muertos por
enfurecidos colonos franceses y en un bombardeo de las aldeas circundantes por
la aviación y un crucero naval de Francia. El mundo prestó poca atención.
Pero cuando una insurrección en gran escala surgió
en 1954 –al principio, claro, emboscadas con poca pérdida de vidas francesas y
luego ataques al ejército galo–, la sombría guerra de liberación argelina fue
casi predeterminada.
Vencido en esa clásica batalla de posguerra y
anticolonial en Dien Bien Phu, el ejército francés, luego de su debacle en
1940, parecía vulnerable a los más románticos nacionalistas argelinos, que
notaron la nueva humillación de Francia en Suez en 1956.
Lo que el historiador Alistair Horne describió con
justeza en su magnífica historia de la lucha argelina como una salvaje guerra
de paz, costó la vida a cientos de miles. Bombas, minas, masacres por fuerzas
gubernamentales y guerrilleros del Frente de Liberación Nacional (FLN) en el
bled –la campiña al sur del Mediterráneo– condujeron a la brutal supresión de
sectores musulmanes en Argel, y al asesinato, tortura y ejecución de líderes
guerrilleros por paracaidistas franceses, soldados, operativos de la Legión
Extranjera –entre ellos ex nazis alemanes– y policías paramilitares. Incluso
franceses blancos simpatizantes de los argelinos fueron desaparecidos. Albert
Camus se pronunció contra la tortura y empleados civiles franceses quedaron
asqueados por la brutalidad empleada para mantener a Argelia como territorio
galo.
De Gaulle parecía apoyar a la población blanca y
así lo dijo en Argel:
– Je vous ai compris, les aseguró–, y luego
procedió a negociar con representantes del FLN en Francia. Los argelinos habían
aportado la mayoría de los pobladores musulmanes franceses y en octubre de 1961
hasta 30 mil de ellos llevaron a cabo una marcha prohibida por la independencia
en París –de hecho, a escaso kilómetro y medio del escenario de la reciente
matanza–, la cual fue atacada por unidades de la policía francesa que
asesinaron, como ahora se ha reconocido, hasta a 600 manifestantes.
Argelinos fueron muertos a golpes en cuarteles de
la policía o arrojados al Sena. El jefe de la policía que supervisó las
operaciones de seguridad y que al parecer dirigió la masacre de 1961 no fue
otro que Maurice Papon, quien, casi 40 años después, fue condenado por crímenes
de lesa humanidad cometidos durante el régimen de Petain en Vichy durante la
ocupación nazi.
El conflicto argelino terminó en un baño de
sangre. Colonos franceses pied noir se negaron a aceptar la retirada, apoyaron
los ataques de la Organización del Ejército Secreto (OAS, por sus siglas en
francés) a musulmanes argelinos y alentaron a unidades militares francesas a
amotinarse. Hubo un momento en que De Gaulle temió que paracaidistas franceses
intentaran tomar París.
Cuando el fin llegó, pese a las promesas
del FLN de proteger a ciudadanos franceses que eligieran permanecer en Argelia,
hubo asesinatos en masa en Orán. Hasta un millón y medio de hombres, mujeres y
niños franceses –enfrentados con la opción de maleta o ataúd– se marcharon a
Francia, junto con miles de leales combatientes harki argelinos que lucharon
con el ejército, pero que en su mayoría fueron después abandonados a su
terrible destino por De Gaulle. Algunos fueron obligados a tragarse sus
medallas francesas y arrojados a fosas comunes.
Pero los antiguos colonos franceses, que aún
consideraban a Argelia parte del territorio galo –junto con una exhausta
dictadura del FLN que se adueñó de la nación independiente– instituyeron una
fría paz en la que la rabia residual de los argelinos, en Francia al igual que
en su patria, se asentó en un resentimiento de muchos años. En Argelia, la
nueva élite nacionalista se embarcó en una inviable industrialización de estilo
soviético de su país. Ex ciudadanos franceses demandaron cuantiosas
reparaciones; de hecho, durante décadas los franceses retuvieron todos los
mapas del desagüe de las ciudades argelinas, de modo que los nuevos dueños del
país tenían que escarbar kilómetros cuadrados de calles cada vez que reventaba
una tubería.
Y cuando comenzó la guerra civil argelina de la
década de 1980 –luego de que el ejército argelino canceló una segunda ronda de
elecciones en la que era segura la victoria de los islamitas–, el corrupto
pouvoir del FLN y los rebeldes musulmanes se enredaron en un conflicto tan
espantoso como la guerra con Francia de las décadas de 1950 y 1960. Las
torturas, desapariciones y matanzas en aldeas se reanudaron. Francia apoyó
discretamente a una dictadura cuyos líderes militares acumularon millones de
dólares en bancos suizos.
Una nueva causa
Musulmanes argelinos que volvían de la guerra
contra los soviéticos en Afganistán se unieron a los islamitas en las montañas
y dieron muerte a algunos de los pocos ciudadanos franceses que quedaban en el
país. Y muchos partieron después a combatir en guerras islamitas, en Irak y más
tarde en Siria.
Entran en escena los hermanos Kouachi, en especial
Chérif, quien estuvo en prisión por reclutar franceses para combatir a los
estadunidenses en Irak. Y Estados Unidos, con apoyo francés, ahora respalda al
régimen del FLN en su continua batalla contra los islamitas en los desiertos y
los bosques de las montañas de Argelia, armando a un ejército que torturó y
asesinó a miles de hombres en la década de 1990.
Como dijo un diplomático estadunidense poco antes
de la invasión de 2003 a Irak, Estados Unidos tiene mucho que aprender de las
autoridades argelinas. Se puede ver por qué algunos argelinos fueron a pelear
por la resistencia iraquí. Y encontraron una nueva causa…"