Aunque a muchos no nos guste, es un hecho
que en 1898 la mayoría de los puertorriqueños vio a los estadounidenses como
libertadores, al igual que pasó con los cubanos. Con raras excepciones el
pueblo y sus principales líderes esperaban que los Estados Unidos se comportara
de acuerdo a lo que se creía que eran: una nación democrática. Obviamente
desconocían lo que habían hecho con los indios y lo que seguían haciendo con
los negros en el sur décadas después del fin legal de la esclavitud.
Esa esperanza habría de troncharse poco
después de la ocupación de la Isla y de izarse la nueva bandera en todos los
edificios públicos. El primer desengaño
fue que el régimen militar que se impuso luego de la salida de los gobernantes
españoles duró dos años y se eliminaron las reformas concedidas en el poco
tiempo que estuvo en vigor el gobierno autonómico. El segundo desengaño fue que la
americanización comenzó de inmediato pero sobre todo en un esfuerzo por erradicar todo lo que
fuera parte del legado español: idioma, religión, derecho y costumbres. Sobre
el idioma Víctor Clark había dicho en su
informe de 1899: "Their language is a patois almost unintelligible
to the natives of Barcelona and Madrid. It
possesses no literature and has little value as an intelectual medium".
Así de un plumazo se fueron al zafacón : Manuel Alonso, AlejandroTapia, Eugenio María de Hostos, Betances, Baldorioty, José
Gautier Benítez, Lola Rodríguez de Tió, Pachín Marín, Manuel Zeno Gandía y Salvador Brau, por mencionar los más conocidos.
Pero lo que colmó la copa y provocó una reacción generalizada de repudio
fue el proceso para el establecimiento de un gobierno civil y la ley que se
aprobó para implementarlo: la Ley Foraker de 1900. Hubo vistas públicas en el congreso
estadounidense a la que asistieron representantes de todos los sectores del
pueblo puertorriqueño. Había consenso en
las aspiraciones a que se nos concediera la ciudadanía estadounidense que se
esperaba conllevaba la extensión de los derechos de la Constitución de EEUU a
Puerto Rico así como en la insistencia en un gobierno propio. Fue tiempo perdido porque a quien se le hizo
caso fue al Departamento de la Guerra y a lo que había recomendado el último
gobernador militar George W. Davis: que no
se nos diera mayor gobierno propio ni la ciudadanía porque no estábamos
preparados para gobernarnos. Hubo un congresista que comentó que hacer
extensiva la Constitución a Puerto Rico era lo mismo que "arrojar perlas a
los cerdos". El resultado fue la
aprobación de una ley que resultó ser deficiente en comparación con lo otorgado
por España en la Carta Autonómica de 1897. Fue considerada un insulto por los principales
líderes políticos tanto del partido federal como del republicano.
El mayor insulto fue que la única
participación de los puertorriqueños en el gobierno, en la Cámara de Delegados
(35 miembros electos cada dos años), resultaba inútil frente al poder del
Consejo Ejecutivo (11 miembros nombrados por el Presidente de los Estados
Unidos). La mayoría eran estadounidenses y tenían el poder de vetar los proyectos
aprobados por la Cámara y de aprobar el presupuesto.
Entre ese Consejo Ejecutivo y Charles H. Allen,
el primer gobernador colonial estadounidense en el siglo 20, crearon un plan para
evitar que los Federales de Muñoz Rivera volviesen a ganar elecciones pues hasta
ese momento eran mayoría. Para lograrlo dividieron la Isla en 7 distritos
electorales uniendo pueblos bien distantes, ej. Aguadilla, Utuado y Lajas eran
un distrito electoral. Además crearon un
colegio electoral de 3 personas al que se le llamó el "dos por uno"
porque el tercer representante era también republicano. El resultado fue que para las primeras
elecciones bajo la Ley Foraker los federales se fueron al retraimiento y los
republicanos de Barbosa coparon la Cámara de Delegados. La persecución contra los federales por parte
de las llamadas "turbas republicanas" y el ataque al periódico y a la
casa de Muñoz Rivera en San Juan obligó a que éste se exilara en Nueva York.
Pero si Allen y el Consejo Ejecutivo
esperaban que los miembros de esa primera Cámara de Delegados fuera sumisa por
ser proamericanos sus miembros, se llevaron la sorpresa de que ya desde la
misma primera sesión éstos radicaron la queja sobre los poderes del Consejo
Ejecutivo que decían le pertenecían a la Cámara, sobre todo el de aprobar el
presupuesto. El resultado fue que se decidió que se les enviaría para su
aprobación. Más adelante los delegados utilizarían la estrategia de negarse a
aprobarlo para forzar al Consejo y aunque no tuvieron éxito con esa actitud
sentaron un precedente.
Como si ese desengaño en cuanto al
gobierno propio que esperaban no fuese suficiente, al año siguiente desde
Washington le dieron otra estocada con la decisión del Tribunal
Supremo en el primer caso de los llamados "Insular Cases": Downes
v Bidwell. En el mismo se
definió la situación de Puerto Rico como un territorio no incorporado, perteneciente a, pero no parte de, los
Estados Unidos. Una posesión. El San
Juan News recogió el sentir de muchos al plantear que "Somos y no
somos integrantes de los Estados Unidos. Somos y no somos un país
extranjero.." Por su parte el doctor
Henna, anexionista, decía: " Somos el señor Nadie de Ninguna parte..no
tenemos ningún status político". El
estatus que se confirmaba en ese caso era el colonial.
La
resistencia
Ronald Fernández en su libro La isla desencantada dice que Estados
Unidos con su política de indiferencia e insulto a Puerto Rico logró transformar
la política de la Isla. Es muy cierto. Lograron unir a líderes de los dos
principales partidos políticos en un solo partido llamado Unión que ganó por
grandes mayorías a partir de 1904. El
principal gestor de dicho movimiento fue Rosendo Matienzo Cintrón, republicano,
quien renunció como delegado en el 1902 y se dedicó a predicar la necesidad de
que los puertorriqueños se unieran en un solo partido para lograr reformar el
sistema político y reclamar derechos. Tuvo tanto éxito que Muñoz Rivera se vio
obligado a regresar a Puerto Rico en 1904 para asumir el liderato de dicho
partido. Por insistencia de José De Diego
en las bases del partido (escritas por Zeno Gandía), se incluyó la
independencia como opción por vez primera como aspiración de un partido en
nuestra historia.
El gobernador Hunt consideró ese partido
como la "más grave censura" hecha a los Estados Unidos en su colonia
del Caribe. Bolívar Pagán dice que a partir de ese triunfo y debido a la
oratoria de De Diego y de Matienzo el país se dividió entre proamericanos y
antiamericanos. Pero todos se oponían por igual a la Ley Foraker.
En la próxima elección (1906) el partido
Unión copaba la isla entera y controlaba la Cámara de Delegados que a partir
del 1908 incluía la elite intelectual y letrada del país: José De Diego, Muñoz
Rivera, Matienzo Cintrón, Nemesio Canales, José de Elzaburu y Luis Lloréns
Torres. Para el gobernador Post eran
unos "extremistas" y el temor era que tenían el respaldo del pueblo.
Estos "extremistas" en 1909
lidereados por Matienzo y espoleados por Lloréns Torres, propusieron que no se aprobara
proyecto alguno del Consejo Ejecutivo como protesta contra el sistema político
existente. Ronald Fernández describe
este gesto con admiración porque se escogió la resistencia en lugar del
sometimiento dócil. Los delegados presentaron proyectos beneficiosos para el
país y si eran rechazados se negarían a aprobar el presupuesto. En lugar de aprobarlo los delegados enviaron
un Memorial al Congreso y al
Presidente de los Estados Unidos en el cual pedían la derogación de la injusta
Ley Foraker. Se envió entonces una
comisión a Washington (Muñoz Rivera, Coll y Cuchí y Benítez Castaño) y el
Presidente no los dejó hablar, prácticamente los botó para que regresaran a
aprobar el presupuesto mientras la prensa estadounidense nos trataba de ingratos y a Puerto Rico (Porto Rico) de
"cobarde y mestiza". Taft por
su parte le dedicó la mayoría de su Mensaje al Congreso al asunto de Puerto
Rico. Luego de detallar todo lo que
habían hecho por nosotros dijo que parecería que el pueblo se había olvidado de
la "generosidad americana" y que había sido precipitado de parte de ellos
darnos poder político.
La
indignación ante las palabras del Presidente fue enorme y más cuando se aprobó
el proyecto propuesto por Taft para enmendar la Ley Foraker de modo que si no
se aprobaba el presupuesto se declarase vigente el anterior.
Dentro
del Partido Unión hubo una discordia enorme y pública entre los radicales
(Matienzo y Lloréns) y Muñoz Rivera, situación que aprovechó Barbosa para echar
leña al fuego con artículos candentes en El Tiempo. Por intercesión de los masones se logró un
abrazo entre los líderes de los dos partidos principales pero la desunión dentro del partido mayoritario
empeoró al punto de que Muñoz Rivera eliminó a los radicales (Matienzo,
Lloréns, Zeno Gandía y Canales) como delegados para las elecciones de 1910. Matienzo
entonces se dedicó a atacar el personalismo de Muñoz Rivera y éste a insultarlo
en La Democracia.
El
8 de febrero de 1912 estos "radicales" fundaron el primer Partido de
la Independencia en Puerto Rico que a su vez motivó que al año siguiente en el
Partido Unión bajo la presidencia de De Diego se echara por la borda la fórmula
de la Estadidad y se declararan por la República por completo
independiente. De nuevo interviene Muñoz
Rivera para aclarar que la Unión demandará una forma de gobierno autonómica y
llega a proponerle una alianza a los republicanos de Barbosa quienes se niegan.
Pero
la reacción en Estados Unidos fue contundente. Los congresistas se enfurecieron
ante la, de nuevo, ingratitud de los
puertorriqueños y consideraron un insulto al pueblo estadounidense el que en Puerto Rico se
hablara de independencia. El resultado: los
congresistas comenzaron seriamente a
debatir el asunto de la concesión de la ciudadanía estadounidense a los
puertorriqueños para vincular a Puerto Rico para siempre a los Estados Unidos y
acabar con el sentimiento independentista que surgía con fuerza.
(continuará)
Fuentes:
1.
Ronald Fernández, La isla desencantada
2.
Bolívar Pagán, Historia de los partidos políticos puertorriqueños, Tomo I
3.
José Trías Monge, Historia constitucional de Puerto Rico, Tomo II