Le llamará la
atención a aquellos que conocen la historiografía de Puerto Rico, que este post
se titula igual que la importante obra de Guillermo Baralt, pero cambiando el género. Lo hago para - a la vez que rindo homenaje al
querido maestro recordando su libro que es un clásico- llenar el vacío que deja
en cuanto a las mujeres que también se rebelaron contra el sistema esclavista.
En el libro Esclavos Rebeldes hay que buscar con lupa las mujeres que participaron en las rebeliones
que reseña el autor pues utiliza siempre el masculino genérico de esclavos,
fugados o conspiradores. Sobre los
fugados sí especifica que la mayoría fueron varones.
A pesar de que la
participación de las mujeres en las muchas rebeliones no se identifica, las encontramos nada menos que entre los
líderes sentenciados a muerte luego de la rebelión en Ponce en julio de 1826.
Estas fueron: Inés (perteneciente a Gregorio Medina) y entre los castigados con
cadena perpetua por la misma rebelión a Ambrosia y a Esperanza.
Pero aparte de la
participación en esas rebeliones o fugas, me interesa destacar la más común y
menos conocida de todas las resistencias porque se daba en el ámbito privado de las
haciendas: la rebelión silenciosa. Por lo mismo no aparece en
estudio alguno.
En el ámbito
privado era que la mujer esclava padecía de una explotación adicional: la de su
sexualidad. Fue práctica generalizada en
Puerto Rico y otras sociedades esclavistas que el amo se creía con derecho a la
virginidad y al cuerpo de sus esclavas, parecido al “ droit du seigneur” de la
sociedad feudal europea. Así consta en
documentos para el siglo XVIII, como uno que cita López Cantos en su libro
sobre Miguel Enríquez. Y así lo
confirma el hecho de que la mayoría de las mujeres esclavas para 1872 en Puerto
Rico eran mulatas, fruto (como señaló Frantz Fanon en Escucha Blanco) del ultraje del amo blanco a la negra esclava.
Conocemos estas
rebeliones privadas únicamente cuando llegaron a ser públicas mediante las
demandas de las propias esclavas, y por eso mismo son muy pocas las que nos han
llegado. El hecho de haberse atrevido a
demandar al amo con las consecuencias que ello podía acarrearle es razón
suficiente para considerarlas tan valientes como las que se unieron a las
rebeliones o intentaron fugarse. Veamos dos casos en los cuales la esclava ha
utilizado su cuerpo como mercancía con el fin de liberarse o mejorar la
condición de sus hijos.
En Vega Baja en
1863, Eleuteria presentó una demanda contra don Eduardo Torres para que le
concediera la libertad que le había éste ofrecido a cambio de lo cual ella accedió
a tener relaciones sexuales (en el texto ponen: “ilícitas relaciones”). Como consecuencia de esas relaciones, ella
procreó dos hijos, lo cual acepta el demandado diciendo que “efectivamente, así
ofreciera a la mencionada Eleuteria su libertad y, puesto que tiene sus hijos
en ella, ha dispuesto a hacerlo tan pronto como se le arreglen sus divisorias
en la testamentaria, para saber la parte que le toque, a menos que los demás
coherederos convengan en adjudicarle la parte que le corresponde de su herencia
en el valor de la criada, previa la tasación competente”. El arreglo parece que no prosperó por haber muchos coherentes, porque en 1867
Eleuteria aparece todavía como esclava de la Sucesión de Don José Miguel
Torres. Sin embargo, ella ha logrado que se le conceda permiso para comprar y
vender reses a fin de asegurar el futuro de su hija Fabiana.
Eleuteria murió
sin haber logrado su libertad ni la de sus hijos que pasaron en herencia a otro
miembro de la misma Sucesión Torres.
Pero Fabiana heredó la rebeldía de su madre y a los quince años se
atrevió a demandar a su amo. La razón para su demanda es que éste la castigó
severamente a latigazos causándole contusiones que “pueden ser graves”. Lo que pedía Fabiana era que se le diese
permiso para buscar otro amo por “no resistir la severidad con que se le
trata”. También se querelló la joven de que
su amo se le había quedado con algunas reses que ella poseía y con las cuales
pensaba obtener parte de su manumisión (libertad) como había deseado su madre.
En el
contrainterrogatorio el dueño de Fabiana no solamente negó todo lo argumentado
por ella, sino que dijo que ésta “no ha sido de buena condición desde pequeña,
y no será extraño que se haya dejado inducir de sus ideas perversas para
pretender lo que no tiene”. Admitió que “debiendo mantener el respeto y
consideración que se debe a una casa de familia donde hay niñas, como dueño y
administrador de la esclava Fabiana, le dio dieciséis a veinte azotes bien
pegados con látigo de cuero y a ropa descubierta en las nalgas...por
desmoralizada, atrevida e insolente y algunas otras faltas, que a cada paso ha
cometido.”
El dictamen del
Juez en el caso fue de acceder a que la esclava fuese puesta en venta, pero en
cuanto al castigo encontró que “de las actuaciones que hubo motivo para él, que
no fue excesivo”.
El caso más
dramático y quizá el único en el cual se puede escuchar la voz de la esclava es
el de María Balbina que le hace llegar este documento al Gobernador Echagüe en
1859 -y que reproduzco sin atreverme a corregir o señalar errores- porque
resume la situación de las mujeres esclavas:
María Balbina, esclava de Don Antonio Padilla, de
este vecindario, ante Vuestra Excelencia parezco y con el debido respeto
expongo: que soy nacida y criada en la casa del referido Don Antonio Padilla,
mi señor, quien sin embargo de ser yo su sierva, apenas entré en la pubertad me
hizo sucesivamente madre de tres criaturas bajo promesa de darme la libertad. Pero mi señor, olvidando luego su palabra
empeñada y los gritos de su conciencia, intenta venderme. Tan luego como supe su determinación, traté
de hacer valer mis derechos y ocurrí al Síndico de la Capital, el cual ofreció
tomar mi defensa, y al efecto se me puso en calidad de depósito en la casa de
Don Julio Vizcarrondo; pero han
transcurrido ya de esto una porción de días, y veo que nada se adelanta en
ella, y por el contrario temo mucho que mi amo procure echar tierra á este
asunto y llevar á cabo su intento de venderme por un precio elevado, cuando
tengo el derecho de exigir el cumplimiento de la promesa que se me hizo.
Como Vuestra Excelencia comprenderá muy bien, soy
una pobre esclava, desvalida, sin instrucción alguna y á quien por lo mismo se
puede envolver fácilmente; y por lo tanto necesito de la poderosa protección de
Vuestra Excelencia para que se me haga cumplida justicia. En tal virtud, ocurro y suplico a Vuestra
Excelencia que en mérito de lo expuesto se digne mandar, expresamente, que el
Síndico de la Capital tome á su cargo mi defensa, con encargo de dar cuenta á
Vuestra Excelencia de la marcha y resultados de este juicio; pues así es de
justicia que pido, y juro lo necesario.”
La carta llegó a
manos del Gobernador Echagüe, pero se tardó dos años para pedir que se
asistiese a la esclava en su derecho. El
Síndico por su parte respondió que la esclava no estaba en poder de Vizcarrondo
y de hecho se desconocía su paradero. Echagüe pidió se averiguase dónde estaba
la esclava y un mes después el Alcalde Corregidor le informa que a pesar “ de
las diligencias practicadas por la Policía”..”no ha podido encontarse en esta
Capital, ni averiguarse su paradero”.
Quiero pensar que
María Balbina logró su libertad y la de sus tres hijos en el cimarronaje. Desde
el más acá, como mujer puertorriqueña libre en el siglo XXI me conduelo porque padeció la
ignominia de la esclavitud y la saludo con alegría por su valentía.
Fuentes:
- El proceso abolicionista en Puerto Rico:
documentos para su estudio. Vol. I (San Juan: ICP, 1974), pp. 240-248.
- Benjamín Nistal
Moret, Esclavos prófugos y cimarrones. (Río
Piedras: Editorial de la UPR, 1984), pp.201-203.