Esta es Señora una pequeña islilla
falta de bastimentos y dineros,
andan los negros como en ésa en cueros
y hay más gente en la cárcel de Sevilla (Fragmento del soneto de la "Carta-relación" del Obispo Fray Damián López de Haro, 1644)
Hace varios años una vecina me llamó indignada por una conferencia que había escuchado en la Casa de España la noche antes. Me contó que un profesor español había “despotricado” contra Don Diego de Torres y Vargas y que de paso había insultado a los escritores e historiadores puertorriqueños. Según ella, ese profesor decía que no era cierto lo que habían dicho los historiadores puertorriqueños sobre el famoso canónigo en cuanto a que hubiese sido secretario de Don Damián López de Haro y por tanto que no era posible que hubiese conocido el contenido de la famosa “Carta-relación” de este obispo. Lo que más rabia le dio fue no poderle contestar porque ella no sabía exactamente de qué rayos hablaba el conferenciante. Por eso la llamada, para que yo la ilustrara y poder reaccionar mediante carta o para al menos estar preparada para la próxima vez que viniera esa persona a hablarle al grupo en esa institución. Era obvio que sentía que su “puertorriqueñidad” había sido agredida y lo que más le ofendía era que el que se atreviera hacerlo no fuese puertorriqueño. Demás está decir que me transmitió el coraje y procedí a prepararle un escrito resumiendo lo que conocía entonces sobre la famosa controversia entre ambos escritores del siglo diecisiete.
Tiempo después fui invitada por Don Ricardo Alegría a ofrecer el curso introductorio sobre Historia de Puerto Rico a nivel de maestría en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Para preparar el prontuario me adentré en la Internet para buscar materiales recientes y me dio por buscar bajo el nombre de Don Diego de Torres y Vargas. Para mi sorpresa encontré el título: “¿Fue el canónigo Diego de Torres y Vargas secretario del obispo Don Damián López de Haro?” y por fin conocí el nombre del profesor que tanto había consternado a mi amiga: Dr. Pío Medrano Herrero. La lectura de ese artículo me provocó tanto coraje como a mi amiga. No porque el contenido estuviese errado. No cabe duda alguna de que prueba que nuestro canónigo no fue secretario del obispo aunque difiero de la conclusión a la que llega de que por tanto no pudo haber sabido el contenido de la “Carta-relación”. El problema es el tono utilizado por el autor.
El Dr. Medrano Herrero comienza con un largo listado de escritores puertorriqueños a los cuales acusa de no haber hecho investigación suficiente por haber afirmado durante un siglo que Torres y Vargas fue secretario de López de Haro y que por tanto tuvo conocimiento de la “Carta-relación” la cual refuta en su “Descripción de la isla y ciudad de Puerto Rico” varios años después. Al demostrar que no lo fue concluye que “con ello se desmorona todo el tinglado, carente de bases y sentido, montado en la historiografía puertorriqueña sobre la secretaría episcopal a cargo de don Diego”. ¿Era necesario el uso de “tinglado”? ¿Porqué ese tono de prepotencia?
La curiosidad por saber la razón para esa reacción de este autor me llevó a leer el libro que le publicó Plaza Mayor bajo el título de
Don Damián López de Haro y don Diego de Torres y Vargas, dos figuras del Puerto Rico Barroco. En el título lucen iguales pero en el contenido el autor cae en lo mismo que critica pues su antipatía hacia el criollo le hace buscar todo lo que pueda para hacer decaer su figura en contraposición con el obispo toledano a quien tanto admira.
En la Introducción al libro Pío Medrano parte del hecho cierto de que fray Damián ha tenido “mala prensa en la historiografía puertorriqueña debido al contenido de su “Carta-relación de 1644” mientras que la figura de don Diego “tal vez se haya mitificado”. Medrano además dice que ha tratado de “evitar los juicios subjetivos para no caer en lo que se critica” (lo cual no logra) y que se ha “esmerado en probar todo lo que digo” (lo cual logra a medias).
Lo malo es que aprovecha para atacar a los historiadores puertorriqueños de quienes duda que puedan hacer una crítica científica” (¿no sabe que ya el positivismo se superó?) de López de Haro, sin dejarse “llevar de desahogos emotivos y de resentimientos, reflejo de un fanatismo trasnochado, un subjetivismo a ultranza y una ignorancia supina”. Como si no fuese suficiente el exabrupto (¿y no y que iba a evitar “juicios subjetivos”?) en la nota al calce cita a Huerga cuando dice que “hay historiadores que escriben a golpe de prejuicios, en vez de hacerlo a enjundia de documentos” y entre esos escritos se encuentran los “asertos calamitosos y miopes” de Jalil Sued Badillo (p.122, nota 324). Al hacer suya esa frase está insultando a uno de los más importantes historiadores puertorriqueños, al cual debemos una nueva mirada a la historiografía sobre el tema de la esclavitud y del Puerto Rico negro, mucho más importante que si hubo equivocación al adjudicar una secretaría o unas fechas por encima de otras (como por ejemplo el año en que murió Torres y Vargas que usa Medrano para caerle encima a Coll y Toste por ser la fuente de la “patraña” de dar una fecha errónea).
La segunda parte del libro, la más larga, está dedicada enteramente a don Diego de Torres y Vargas. Es una pena que el prejuicio hacia el canónigo criollo, tan evidente en el autor (por más que lo trate de disimular), desmerezca ante los lectores nacidos en esta patria, el mérito de tanta documentación inédita que se incluye (y que el autor no repara en señalar que algunos de éstos tendrán que incluirse en futuros libros). Como historiadora aprecio sobre todo las cartas (páginas 255-278) que contribuyen a ampliar nuestros conocimientos sobre la situación de San Juan y de la isla entera en la segunda mitad del siglo diecisiete.
El prejuicio hacia Torres y Vargas comienza desde que tiene que aceptar que el prelado nació en Puerto Rico pues “parece difícil negarlo según los datos de que disponemos” (p.131). ¿Y porqué habría que negarlo? Da la impresión de que hurgó en los documentos para ver si podía probar que no era criollo pues eso sí hubiese sido escandaloso. Lo próximo es criticar a todos los escritores e historiadores puertorriqueños, de la talla de Isabel Gutiérrez del Arroyo, que han usado el término “puertorriqueño” en lugar de “criollo” al referirse a don Diego. Francisco Scarano se salva, pero en la cita en la que Medrano expande la alusión al texto de este historiador lo critica por “exagerar el grado de nobleza del canónigo”. Medrano aclara que don Diego no proviene de una familia criolla (puesto que el padre nació en La Mancha) pero le molesta lo de “prominente”. Concluye con el despectivo: “Don Diego no pasó de ser un hidalgo corriente”.
Alude entonces a otra de las aseveraciones que han hecho muchos escritores en el sentido de adjudicar a don Diego el haber sido el primero en referirse a Puerto Rico como “la patria”. Aparte de que prueba que no es cierto de que fue el primero (pues fue Juan Ponce de León II quien lo hizo en 1579), pasa entonces a tratar de probar que no pudo ser Puerto Rico “la patria” a la que se refiere don Diego. Esto no lo logra por más que intenta con varios ejemplos y definiciones con los que no convence. Asegura además que en el siglo diecisiete no había distinción entre peninsulares y criollos. Si no la había, ¿porqué la prohibición de que se reclutaran soldados nacidos aquí para la guarnición del Morro? Fue precisamente en 1650 que, según relata Salvador Brau en su Historia, el Rey regañó al gobernador Riva Agüero por haber reclutado naturales, con todo y que lo hizo para evitar que todos los soldados fuesen portugueses y por tanto desleales a España.
Pasa entonces a trazar toda la ruta de don Diego a partir de sus estudios en Salamanca hasta su regreso a Puerto Rico en 1642 luego de ser nombrado canónigo de la Catedral de San Juan por Felipe IV. Sin embargo, hay un empeño en desmerecer al canónigo puertorriqueño (para acabar con lo que llama la “idealización” que los historiadores puertorriqueños han hecho de la figura de don Diego) a todo lo largo de su escrito enfatizando siempre su ambición y su búsqueda de riquezas para concluir, en una nota al calce, que la “verdad histórica es que no fue ni tan santo, ni tan humilde, ni tan decidido, como ya hemos visto” (p.269, nota 373). Por supuesto, siempre para contrastar con la maravilla que fue don Damián.
El título de uno de los capítulos es “Breve historia de una soberana reprimenda” y se refiere a una instancia en que don Diego procedió en contra de lo establecido por la propia Corona y se llevó un regaño de Felipe IV. Al explicarse la actuación de Torres y Vargas Medrano dice reconocer “la astucia y habilidad de nuestro personaje” porque “pensando en un futuro personal más prometedor, se lavó las manos en el asunto y, en esa ingrata encrucijada, arrancó por la vía de en medio”.(p.225). Los que somos de aquí nos reconocemos en don Diego pues su actuación fue una de las
tantas tácticas de resistencia desarrolladas por nuestro pueblo a lo largo de cinco siglos de coloniaje.No cabe duda de que Pío Medrano prueba, a base de documentación hasta ahora desconocida, que es un error continuar afirmando que Torres y Vargas fue secretario de López de Haro pues el obispo toledano trajo consigo a su secretario en la persona de Sebastián de Avellaneda, el “religioso” que menciona en su “Carta-relación..” Sin embargo sus tajantes conclusiones no se desprenden de su gran descubrimiento.
¿Cómo puede afirmar categóricamente que “no existe ni el más mínimo indicio” de que don Diego pudo haber leído la Carta-relación? Pero asumiendo que no la hubiese leído, eso no lleva a la conclusión de que no pudo enterarse del contenido de otra manera.
En primer lugar el canónigo estaba muy cercano al Obispo en la catedral como para no darse cuenta de la actitud prepotente del toledano, que no debe haber ocultado el disgusto de estar en una diócesis muy poca cosa para él. Torres y Vargas en su Descripción alude a dos escritos del obispo: uno sobre los resultados del Sínodo Diocesano y una carta que López de Haro había enviado al Papa en 1646 sobre los problemas de los indios en la Margarita, provincia que estaba bajo el obispado de San Juan y donde en ese momento se encontraba el obispo. No es de extrañar que de la misma manera que supo el contenido de esta carta pudo haberse enterado de la anterior a Díez de la Calle.
En segundo lugar, hay una relación entre Díez de la Calle y la obra de ambos autores. Este secretario de la Nueva España en el Consejo de Indias publicó en 1646 una obra en la cual usa los datos suministrados por López de Haro en su Carta-Relación. Torres y Vargas la había leído pues comenta que falta una referencia en particular. Pero más aún, en el addenda al final de su Descripción, Torres y Vargas dice que va a incluir “algunas cosas que el Señor Secretario, Juan Diez de la Calle y el Maestro Gil González, avisaron iba falta la que llegó a sus manos, de esta Isla de Puerto Rico,y de los anexos de este obispado”. Si la persona a la cual le ha escrito López de Haro ha dicho que faltaban cosas en la anterior descripción, ¿no es lógico pensar que Torres y Vargas fue enterado del contenido de lo enviado por el Obispo?
El contenido de la obra de Torres y Vargas demuestra que quiso rectificar la errónea visión transmitida por López de Haro a Díez de la Calle y se esmeró en una descripción detallada a un cronista que eventualmente escribiría sobre Puerto Rico. Su apasionado amor por su patria lo llevó a exagerar todo lo bueno y a disminuir lo negativo en un obvio intento por balancear el cuadro tan pesimista que había dado el obispo.
Medrano no logra demostrar que el hecho de no haber sido secretario del Obispo hace imposible que don Diego haya conocido el contenido (o al menos el tono) de la Carta-relación del mismo. Por tanto, seguiré creyendo que su crónica sí fue una refutación de lo escrito por fray Damián.
Me imagino que para este señor caeré en el saco de los historiadores que siguen creyendo en “patrañas”. O a lo mejor me dice "¿Por qué no te callas?"