La indignación ante lo que se ha permitido construir a la entrada de la isleta de San Juan ha provocado la única acción que quedaba: la paralización del proyecto a las malas. Gracias a la valentía de varios jóvenes-- catalogados como "ambientalistas" por los medios noticiosos-- la construcción fue detenida. Los valientes boricuas se montaron encima de las gigantescas grúas y no pudieron bajarlos a las malas, ni siquiera luego de que el desarrollador diera órdenes de mover las grúas de manera casi homicida. Los cuatro bajaron luego de que su demostración lograra varias cosas: se constituyó un "tribunal de pueblo" que sesionó ayer domingo por la tarde y sobre todo que los medios noticiosos del país-prensa, radio y televisión- hayan tenido que atender el asunto como prioritario por varias semanas.
Estoy segura de que los dueños de los periódicos principales están muy nerviosos-y no pusieron el evento en las portadas de hoy-porque no les conviene enajenar a los desarrolladores. Basta mirar los suplementos sobre "construcción" (que para mí significa "destrucción") que publica tanto El Nuevo Día como El Vocero semanalmente.
El llamado "tribunal del pueblo" logró atraer un nutrido grupo de gente a escuchar a expertos y a personas que estuvieron involucradas desde el comienzo del proyecto. Por fin se pudo escuchar a la arquitecto Mascaró, la heroina que llevó el caso hace ocho años y se enfrentó a la podredumbre de las agencias gubernamentales encargadas de defender nuestro patrimonio. También a Félix Aponte, expulsado-junto a Hermenegildo Ortiz- por Sila Calderón de la Junta de Planificación obviamente por la presión de los desarrolladores en el verano del 2001.
El Gobernador Acevedo Vilá, jaiba como siempre, nombró un Comité pero es puro teatro, como todo lo que hace. No puede creerse un comité que incluye jefes de agencias gubernamentales que respaldan el proyecto (como la jefa de Turismo). No puede creerse en un comité que sesione mientras se permite que el proyecto continúe. Es un vil engaño.
Lo mejor de la protesta fue la opinión cada vez más generalizada de que el proyecto hay que implosionarlo. Tiene que darse el escarmiento para que no se siga la destrucción de lo poco que queda por preservar en el país. Mi esposo me dice que eso va más allá de la utopía de Moro.
Pero al menos mientras dure la fantasía de que pueda hacerse me sentiré menos impotente ante tanta barbarie.
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